lunes, 17 de marzo de 2014

Esencia de Nazareno

Queridos hermanos y amigos,

a continuación os ponemos un artículo escrito por y para el Nazareno, su autor es D. Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz, y está publicado en la web de la Muy Antigua, Real e Ilustre Hermandad Sacramental del Santísimo Cristo de San Agustín, Jesús Nazareno de las Penas, Nuestra Madre y Señora de la Consolación y Santo Ángel Custodio, de Granada.

Se acercan los días grandes que los cofrades esperan todo el año. En menos de un mes sumarán a su condición de cofrade la calidad de nazareno. Se sentirán, nos sentiremos, igualados por el ajuar de nuestra penitencia. La túnica de cola será el símbolo de nuestra humanidad, de nuestra mundanidad, arrepentida; el esbelto capirote, nuestras ansias de ascender en busca de la divinidad; serán nuestras sandalias el mínimo calzado de peregrino y nuestro ceñidor, de austero esparto, el emblema cuaresmal que refrena nuestras pasiones.

El hábito nazareno nos iguala, nos sentimos cómodos con él. El hábito nazareno es, tal vez exageradamente, objeto de nuestra veneración. Vestirse ese hábito es todo un rito. No podemos sustraernos a su encanto. En el templo, es símbolo de pertenencia comunitaria. Parece que somos más cofrades con él puesto, igualados, esto es, hermanados en esa fraternidad que constituye nuestra esencia.
 
Desconfiad de los que “salen de nazarenos”. Imitad a los que son, a los que se sienten, nazarenos. En este caso, como en todos los relacionados con la vida cofrade, conviene evitar la superficialidad. Por supuesto, nazareno es la persona revestida con túnica en señal de penitencia en las procesiones de Semana Santa. Pero, nazareno también es, según el Diccionario de la Lengua, el “que profesa la fe de Cristo”. Estos son los nazarenos auténticos, aunque los otros se parezcan mucho a ellos.
 
Tiene el hábito de nazareno una impronta romántica insoslayable y con ella su carga de sentimentalismo. Pero no es este hábito, no de debe serlo, un refugio para la emotividad, el negro sudario de ritos vacíos, el pañuelo interminable para enjugar nuestras lágrimas fáciles. Si sólo fuera esto, se habría desvirtuado su papel, reducido al cosmos del fetichismo cofrade que tanto alimenta nuestros sentidos, pero tan poco aporta a nuestro espíritu.
 
Para mí el hábito nazareno tiene dos valores irrenunciables: la identidad cofrade y la coherencia de vida. Revestidos de nazareno fortalecemos nuestro sentimiento de identidad. Igualados en la vestidura manifestamos nuestra unidad. Uniformados de negro manifestamos nuestro espíritu penitencial. El hábito no hace al monje, y menos al cofrade, pero indica una pertenencia: somos miembros de una fraternidad viva, aún más somos y nos sentimos sólo de Él, de Jesús de Nazaret.
 
La identidad se conforma con la expresión, la coherencia exige acción. Para mostrar nuestra identidad bastaría con la medalla de la Hermandad o con la presencia del estandarte corporativo, para manifestar nuestra coherencia somos necesarios nosotros mismos. Sólo somos coherentes cuando nos ponemos en camino. Por eso, peregrinamos en estación de penitencia, por eso acompañamos a nuestros Sagrados Titulares por las calles, por eso sabemos que cada estación de penitencia es distinta a la anterior, es mejor, más completa, porque avanzamos, porque no nos limitamos a dar vueltas en círculo.
 
Entonces, el hábito nazareno se convierte en símbolo de nuestra vida. Lo que somos y lo que creemos, lo que pensamos y lo que defendemos brota a flor de piel. No somos una persona distinta el Lunes Santo, revestidos de nazarenos, a la del resto del año. Si así fuera, habríamos profanado esas vestiduras, don del cielo con el que nos sentimos hermanos. Tiene entonces el hábito nazareno un plus de heroicidad. Un predicador del Siglo de Oro llamó a la “Cofradía un ejército, las túnicas, unos arneses; los capirotes, unas celadas; los escudos, divisas”. No es el combate por el combate, sino la lucha interior con nosotros mismos. Revestidos de nazareno, se me antoja que expresamos libremente lo que aspiramos a ser. Después, la calle, la vida, la casa y el trabajo nos esperan para ponerlo en práctica.
 
El nazareno auténtico, aunque no se dé cuenta, va siempre revestido de nazareno. Hay algo inequívoco en él que todos son capaces de apreciar. Es nazareno los trescientos sesenta y cinco días del año y uno de ellos, el Lunes Santo por ejemplo, lo manifiesta revistiéndose el hábito, calzándose la sandalia, ciñéndose el esparto y cubriendo su rostro con anónimo antifaz. No hace falta pregonar nuestros nombres en ese momento. No tiene sentido. Todos somos uno, aunque ciertamente Él nos conoce por nuestro nombre. De nada serviría escondernos de Él.
 
Los hermanos y hermanas del Cristo de San Agustín llevan a gala el hábito nazareno. Con frecuencia nos enorgullecemos de él y contamos los avatares de nuestra vida por las estaciones de penitencia consumidas, nuestras perspectivas de futura por las estaciones que ansiamos realizar. Así es la identidad cofrade, así debe seguir siendo.
 
Participar en la estación de penitencia como nazareno es nuestro derecho y nuestro deber. Ser nazareno en nuestra vida es nuestra perpetua aspiración. Unidas las dos actitudes, de estar y de ser, alcanzaremos el sentido auténtico de nuestra vocación penitencial y confraternal. Se dice que nunca el hombre es más grande que arrodillado ante el sagrario. De igual manera, nunca el cofrade es más grande que revestido de nazareno.
 
Los símbolos son esenciales en el mundo cofrade en que nos movemos, la coherencia de vida es, sencillamente, imprescindible.
 
Así será una vez más este Lunes Santo. Los nazarenos, fluyendo hasta nuestra iglesia conventual, serán un caudal callado de devoción, el testimonio de que creemos en lo que hacemos y hacemos lo que creemos. Nos sentiremos grandes con Él, nos sentiremos pequeños con Él, que a todo da lugar la estación de penitencia, pero sobre todo nos sentiremos de Él.
 
Muchos hermanos y hermanas vendrán de lejos, muchos traerán de la mano a sus hijos, muchos concentrarán sus permisos para estar ahí, para testimoniar el sentimiento de unidad. Algunos lo hacen con gran esfuerzo físico, incluso económico –pues hay hogares con tres o cuatro nazarenos-, pero saben que ese esfuerzo habrá merecido la pena y que no quedará sin recompensa.
 
Por favor, que a nadie le pueda la pereza. Que nadie se autoexcluya de la gran ceremonia viva de la hermandad, cuando hecha cofradía, acompaña a Cristo por las calles, con un sencillo, profundo e inequívoco mensaje: “Él entregó su vida por mí, yo así lo creo, ¿y tú?”.
 
Provechosa estación de penitencia a todos.
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Autor: Miguel Luis López-Guadalupe Muñoz