miércoles, 6 de mayo de 2015

Historia del manto de las Palomas (I)

Es común que en los ajuares de las imágenes marianas de mayor devoción haya piezas predilectas que sus devotos bautizan con nombres populares. Estas nominaciones tienen su justificación en el nombre del donante o en elementos destacados en el bordado de la pieza. Éste es el caso del manto de las Palomas de la Virgen de los Dolores, un manto que pese a lucirse poco en la calle en las últimas décadas goza aún del favor de los cordobeses.




Aunque en septiembre de 1896, con motivo del septenario de los Dolores Gloriosos, se pudieron admirar los primeros e incipientes bordados de lo que sería el manto de las Palomas, hasta un año después no se dio éste por concluido. Por tanto, en septiembre de 1897 se presentó esta destacada obra del bordado cofrade cordobés.

El manto de las Palomas es una de las piezas que en los años finales del XIX diseñara, encargándose de su financiación y ejecución, el capellán y administrador del hospital de San Jacinto, el sacerdote Ángel Redel Sánchez. Entre otros elementos que salieron de su mano creadora destacan los visos y frontales de sagrario repujados en plata, la corona de diario y el actual retablo mayor de la iglesia, la aportación quizás menos afortunada del mencionado presbítero y que sustituyó al retablo original del segundo tercio del siglo XVIII. Ángel Redel es también el autor de la disposición actual del tocado de Nuestra Señora de los Dolores; “el respeto por esas formas debe ser el eje principal en el ornato de la sagrada imagen”, afirma un contundente Pablo García Baena .

Este eje principal al que alude el poeta pasa, sin lugar a dudas, por el negro como color exclusivo en el atavío de la dolorosa que se venera en San Jacinto. Trens afirma que “el color negro, como reflejo de dolor y pena, no se aplica a la Virgen hasta época y reciente y con toda impropiedad” aunque en este caso, la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, obra de 1719, viste del enlutado color desde sus inicios , siguiendo la tradición, tan barroca como española, recogida de forma documentalmente impecable en el libro ‘La Virgen de luto’ . Pese a esta circunstancia, la aparición hace casi 120 años del manto de las Palomas, realizado en azul con saya compañera en color rojo, fue acogida de buen grado por todos, quizás porque ambos colores son los utilizados con mayor frecuencia por la iconografía mariana, dolorosa y letífica, en la historia del arte.

A buen seguro que el capellán Redel no podía esperar a la finalización del bordado para dar a conocer, aunque sólo fuera en parte, el trabajo que dirigía. Por este motivo, en el septenario de los Dolores Gloriosos de 1896, como ha quedado dicho, mostró su obra a medio concluir para calibrar el efecto que causaría. Así, la prensa de la época refleja que en dichos cultos “la soberbia efigie de la Virgen, vestida con nuevo y riquísimo manto bordado en oro sobre fondo azul y delantal rojo y oro, aparece majestuosa en su amplio camarín” .

Preparando su exhibición


Al ofrecer esta prueba resultados positivos, Ángel Redel sueña ya con el estreno definitivo del manto y comienza a tocar las fibras necesarias en la sociedad cordobesa para estimular la celebración de este acontecimiento. A comienzos de 1897, en la Junta General de la hermandad, el secretario, Alejandro Ruiz Delgado, expone que “según tenía entendido, por parte del Hospital se pensaba sacar en procesión en la fiesta de los Dolores Gloriosos a nuestra venerada Imagen para que luciera en manto nuevo que de limosnas le han hecho”. Advertida la cofradía de las intenciones del capellán, ésta hace valer sus legítimos derechos de propiedad sobre la imagen que acababan de ser, una vez más, ratificados por el Obispado tras un reciente conflicto con el Hospital, y acuerda que sea Ángel Redel quien lo solicite por escrito al hermano mayor “y de este modo se reconocerá el derecho que la hermandad asiste” .

Pasa la Cuaresma y la Semana Santa de 1897 sin novedad alguna hasta llegar a septiembre de este año, el momento esperado en el que el manto y la saya, totalmente concluidos, colmarían la expectación creada. La prensa, alentada acaso por el incansable Redel en los días previos al septenario, caldea el ambiente ponderando la obra y anunciando que “si las grandes dimensiones del manto lo permitieran, quizá se expondría en el escaparate de alguna casa de comercio desde donde pudiera apreciarse por todos el valor artístico del mismo y la riqueza y gusto de su confección” , desconociéndose si esta iniciativa llegó a cuajar.

La desarrollada capacidad de lo que hoy se conoce como mercadotecnia ejercida por Ángel Redel no para aquí. Días después, el mismo periódico publica un curioso suelto cargado de opinión, algo muy común en la prensa de la época: “Celebrándose el domingo próximo los Dolores gloriosos de María, estrenará en su solemne septenario la devota imagen el hermoso y rico manto de que nos hemos ocupado y el vecindario desearía que la noche del sábado se celebrara una velada en la plaza y calles inmediatas en honor de dicha imagen, de la favorita devoción de Córdoba. ¿Sería tan amable el señor alcalde que enviara la música municipal y mandara colocar los adornos propios de estas veladas? ¿Tendría las empresas del Gas y de Casillas la bondad de dar la oportuna iluminación extraordinaria? El vecindario, que conoce la devoción y buenos deseos de la autoridad local y de dichas empresas tiene la seguridad de que no dejarán de prestarse a estas buena obra .


Jesús Cabrera
Córdoba Cofrade, nº 54, septiembre 1997