1.- Las Cofradías y las Hermandades son una realidad tradicional en la Iglesia que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento.
Evangelicidad: autenticidad de vida desde el Evangelio
2.- La piedad popular es un tesoro que tiene la Iglesia, espacio de encuentro con Jesucristo.
3.- Para conservar, cultivar y acrecentar este tesoro, es preciso acudir siempre a Cristo, fuente inagotable.
4.- Los miembros de las cofradías y hermandades han de esforzarse en reforzar su fe, cuidando la formación espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia.
5.- A lo largo de los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Es necesario, pues, seguir caminando con decisión hacia la santidad, no conformándose con una vida cristiana mediocre.
6.- La pertenencia a cofradías y hermandades ha de ser un estímulo para amar más a Jesucristo.
7.- Pertenecer a una cofradía o hermandad es, ha de ser, una ocasión providencial paracomprender mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado.
Eclesialidad
8.- Y las dificultades de la vida humana y cristiana no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia.
9.- La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive en la Iglesia, en comunión profunda con sus Pastores.
10.- La Iglesia quiere a las cofradías y hermandades y les llama a ser presencia activa en la comunidad, como células vivas, piedras vivas.
11.- Pertenecer a una cofradía o hermandad es una manera legítima de vivir la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia, de modo que sus miembros han de aman a la Iglesia y dejarse guiar por ella.
12.-En las parroquias, en las diócesis, las cofradías y hermandades han de ser unverdadero pulmón de fe y de vida cristiana, que, con variedad de colores y de signos, expresión misma de la Iglesia, han de confluir, se han de reconducir a la unidad, al encuentro con Cristo.
Misionariedad: ardor misionero
13.-Misión específica de las cofradías y hermandades, misión importante, esmantener viva la relación entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecen. Cuando, por ejemplo, llevan en procesión el crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacen únicamente un gesto externo; indican la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indican, primero a los cofrades y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en el camino concreto de la vida para que nos transforme. Del mismo modo, cuando manifiestan la profunda devoción a la Virgen María, señalan al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf. Lumen gentium, 53).
14.- Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios, las cofradías y hermandades la manifiestan en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los símbolos de las diferentes culturas… Y, haciéndolo así, ayudan a transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama en el Evangelio «los pequeños».
15.- El caminar juntos hacia los santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular, también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto evangelizador.
16.- Los miembros de las cofradías y hermandades han de ser, pues, auténticos evangelizadores. Que sus iniciativas sean «puentes», senderos para llevar a Cristo, para caminar con Él.
17.- Y, con este espíritu, estén siempre atentos a la caridad.
18.- Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente por quien se encuentra en dificultad.
19.- Los miembros de las cofradías y hermandades han ser misioneros del amor y de la ternura de Dios.
20- Y así caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo; y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así sea.